" Yo solo creería en un dios que sepa bailar”
Nietzsche
Es gracioso como el recordar mi vida anterior a la “Gran explosión” (También conocida como mi hijo mayor), pone de manifiesto tres cosas:
- En primer lugar, siempre tuve la necesidad de pertenecer a algo o alguien. El hecho de buscar mi identidad en los lugares y momentos más extraños, han sido regla en mi vida.
- En segundo, soy un tipo extremadamente fiel a quienes son mis amigos. Manu y Tino los conozco desde doce años atrás, y hemos pasado cosas para llenar varias vidas. Ni que mencionar a Carito o Bettina, Pinky o Reno, baluartes que siguen conmigo o han vuelto a nuestra historia desde los viejos noventa.
- Por último, ser monitor en una parroquia durante nueve años lograron que probara mis más locas teorías respecto a la “Iglesia”. De hecho, es ese detalle de llamarse católica (universal) que escribo esto.
Soy un tipo por lo general muy tolerante hacia las creencias de otra gente, por lo que espero en retribución lo mismo. No considero que la religión sea un asunto público y más bien pienso que es una relación muy personal con Dios (Sí, creo en la divinidad), por lo que me asquea cuando sale algún iluminado que enseña al mundo como debe vivir. Bueno, la enseñanza no es el problema, lo es la imposición. Ninguna fe o creencia amerita el pasar a llevar la intimidad de otros, porque simplemente la religión está para servir al hombre, no el hombre para servirle como manutención a un grupo de tipos que tienen miedo de vivir o son el dolor de culo familiar, o simplemente no son capaces de pensar por si mismo sino que necesitan ser “iluminados”. Ese mismo comportamiento es el que tanto se critica cada vez que se habla de nazismo, judaísmo, comunismo y cualquier parida que se le ocurra al lector (esta parte del artículo lleva juego: inserte la palabra terminada en ismo que desee y aplique el análisis). El no cuestionamiento de lo que se enseña, conlleva a una “inteligencia mecanizada” tan común en nuestros días lamentablemente.
Nuestra cultura es derivada de lo que se llama “Imperio Romano Germánico” o lo que es lo mismo, de cuando la Iglesia Católica se impone como fe oficial del imperio decadente. Lo que conllevó cambios, desde la persecución de otras creencias hasta la venta de indulgencias y perdones varios, de las más variopintas formas. Por no mencionar la gran cagada de las cruzadas, donde envía el papa (sí, con minúscula) a un grupo de idiotas que estaban a punto de lanzarse unos contra otros, inventando un enemigo en común, los musulmanes. Y para ello, forma tropas que van a “rescatar” los lugares santos de estos “infieles”; los templarios, caballeros que se forman en la creencia y modos cristianos, son los primeros en llegar. Y descubrieron la verdad: no había restricción alguna de religiones, en Jerusalén la gente de diversas creencias y color vivía de manera armónica, con los conflictos de toda comunidad. Fue en ese momento en que los templarios, dándose cuenta de su error, se hacen responsables de “salvaguardar” la ciudad. Estos mismos hombres adoptaron una nueva interpretación, más universalista y asociada a los primeros discípulos de Jesús, denominándose como un grupo de gente que fue masacrada durante el quinto siglo: Gnosis. La historia termina mal para estos “santos con espuelas”: perseguidos y asesinados, tratados de herejes…por la cúpula de la iglesia a quien deseaban trasformar. Esto es solo un ejemplo de la calidad histórica de tan “noble institución” y puede mostrar la calidad moral que poseen para denominar a otros bajo sus parámetros. Ni que decir lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial, nombrando a Hitler baluarte de la fe. Todo esto, a título de su normativa apostática.
La apostasía es una situación obtusa y ridícula, un anacronismo nacido de la soberbia de elefantes y vacas sagradas. Consta de la aceptación, por parte del arzobispado, de la renuncia escrita por parte de cualquiera a la religión católica, para que así uno deje de aparecer en sus registros. Para obtenerla, se debe escribir una carta al obispo de su zona, el cual la deriva al arzobispado de Santiago, quienes se toman un tiempo en analizarla; luego, como respuesta primaria, recomiendan una conversación con un sacerdote. Si se insiste, demostrando paciencia infinita, debe escribir nuevamente y esperar a que el arzobispo conteste( me imagino que debe ser complicado su trabajo; no sé, pero me da la impresión que tiene que ver con dedos y orificios nasales), con lo cual se recibe un certificado de apostasía. Este consta en la renuncia a la fe cristiana (no católica, sino cristiana), a los sacramentos, a las creencias en dios y a no recibir una sepultura cristiana (con rito), todo ello acompañado siglos atrás, con la excomunión.
Ahora bien, ¿Cuál es el derecho que poseen a decir que uno necesita permiso para considerarse cristiano o creyente, pero no católico? Este es obvio: son la cúpula de una iglesia a la cual dirigen con garra de acero, en la cual tampoco tiene cabida la diversidad, sea esta de tipo ideológico, social o sexual. Cualquier manifestación de pensamiento individual es reprimida, acallada y si es posible suprimirla hasta sus más profundas raíces, se hace sin ningún asco. Una institución que prohibió el matrimonio para sus componentes sacerdotales porque así se ahorraba la manutención de parientes y familia si es que dejaban una. Y esto es un hecho histórico, porque fue después de varios siglos que los sacerdotes oficialmente dejaron de tener familia propia. Los mismos que prudentemente han ocultado y reprimido las tendencias homosexuales de varios de sus componentes, tendencias que no tienen nada de malo en un contexto social, y peor, oculta la tendencia pedofílica y pederasta de miembros respetables de la comunidad, sea esta laica o ecuménica. Ellos son quienes desean señalar quien o no puede ser aceptado en “El Reino de los Cielos”, mientras en el patio trasero de su propia creación, en nuestro fértil suelo, se dedican a acumular y moralizar. Si la apostasía es la solución para que dejen de decir quienes somos, quizás es el próximo camino. Después de todo, ese dios de piedra y rígido, gris y malhumorado no es el Dios en quien creo. Para mí, lo divino es saber bailar.
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