lunes, 30 de agosto de 2010

A través del espejo

 Recuerdo tener 13 años cuando supe de la existencia de "Alicia a través del espejo", continuación de las aventuras que Lewis Carroll que vi alguna vez en el cine, gracias a la adaptación de Disney. Nunca pensé siquiera en leer la obra, al menos por esos años, pero sentí curiosidad por el título. En mi cabeza inspiraba cierta reverencia el hecho de que fuese un reflejo de la obra original, talvés la misma carta de la Luna, siendo esta un reflejo del alma humana entre otros significados, me llevó  comprar una edición de bolsillo que, durante las vacaciones de ese año 1990, me acompañó por semanas. Y fue así, entre música proveniente de Seattle y letras escritas por un fotógrafo con alma de escritor, que empecé a recuperar recuerdos que tras unos meses, terminaron estallando en mi primera crisis emocional, al final del año 1991. No culpo de ello a la historia, más bien, fue el leerla en conjunto a otros escritos lo que me abrió los ojos y decidí férreamente en dedicarme a crear, (entre mis lecturas de la época, estaba las obras teatrales completas de Shakespeare, los poemas y texto de Byron, Vicente Huidobro y un acercamiento al "Jardín de los suplicios" ; en el fondo, creo que tanta lectura rica y variada, más mis prácticas pictóricas, terminaron volviéndome loco, lo cual es mejor).
 Ahora mismo, me encuentro viviendo a través de un espejo, donde el relejo me sonríe una y mil veces. Cada gesto es repetido, esquematizado y comprobadamente elaborado para parecer una persona promedio. Con una proliguidad casi matemática, observo como mi vieja vida termina por morir. Queda la sensación de muy buenos recuerdos, muy buenos amigos que hoy no están (algunos están enojados y con razones plausibles; otros, simplemente me saturaron con tanta estúpida razón), algunas mujeres que amé, y un padre que maldice mi (antiguo) nombre. En este contexto, ¿alguien puede seguir cuestionando mi decisión de cambiar hace tanto mi nombre? Como Charles Lutwing Dodgson, qien prefirió ser llamada Lewis Carroll, no me interesa mi viejo cascarón.
 La magia fluye y permite un torrente constante de ideas en mi cabeza; me hace humanamente dispar, algo que busca asentarse en mi conciencia desde una vida o dos. Las variaciones y estándares saben mal en mi boca, las palabras se vuelve difusas sin vida, y por ello busco en mi alma un reflejo real. Luego miro el rostro de mis dos niños, y comprendo que siempre tuve las claves para salir de todo. Alicia ya no está, como canta Búnbury, solo es un fantasma que tiene a quedarse, que niega a desaparecer en la bruma y el polvo de estrellas más fulgurantes. Ya no hay reina roja, no existe más su tatuaje en mi piel. Una bruja blanca llena mi alma, y eso hace que sea feliz y completo.

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